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Abraham Cervantes Muñoz

Presidente Junta Directiva Editorial Mundo Hispano/CBP

 

“Oh Dios, restáuranos; Haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos”. Salmo 80:3

Las películas de súper héroes conllevan siempre el mensaje de que la humanidad se desenvuelve entre escenarios riesgosos donde el peligro y la muerte asoman a la vuelta de cualquier esquina. Los guionistas de estas historias fantasiosas y surrealistas, nos presentan  a una sociedad global vulnerable e indefensa que requiere desesperadamente de alguien que intervenga para salvarlos del gran mal. Son descripciones que en el fondo representan lo que sucede en el plano de lo real: somos una humanidad que ha vivido a expensas de ataques y amenazas a lo largo de toda la historia. Esta sensación de encontrarnos perdidos, casi sin esperanza, se presenta en todo contexto y en toda época.

El ruego por una mano que se extienda hacia nosotros y nos salve de los infortunios nos es común a todos los que habitamos este planeta. Seguramente la siguiente frase nos suena familiar a todos los latinoamericanos: “Y ahora, ¿quién podrá ayudarnos?”. Se hizo famosa a partir del programa del más grande súper héroe mexicano, y aunque es una expresión que por su contexto televisivo nos suena muy ligera y con un fuerte tono de gracia, no deja de ser el grito generalizado y doloroso proveniente de nuestra vulnerabilidad y nuestra urgencia de ser salvados.

El versículo que hoy nos ocupa constituye un grito de auxilio que brota desde lo más profundo del  alma de un pueblo que ha caído en la desgracia. Digámoslo con todas sus letras: ¡se trata de una desgracia que el mismo pueblo de Israel se ha buscado! Por seguir su propio camino, como tantas veces en el pasado, los israelitas se extraviaron de la voluntad de Dios y se encuentran empantanados en el sufrimiento sin que sus esfuerzos logren conseguirles una pizca de tranquilidad o un pequeño haz de luz que ilumine aquella densa oscuridad.

¿No es cierto que los momentos en que más hemos sufrido y hemos llorado es cuando hemos hecho nuestra “propia y santa voluntad”? Los creyentes somos ovejas que no sabemos sobrevivir sin el cuidado del Buen Pastor. Somos un rebaño que sabe escapar del redil pero que no sabe regresar a él. Si el Buen Pastor no acude en nuestra ayuda sufriremos por hambre y por las heridas que nos producen las malas condiciones del entorno. Solo el Buen Pastor sabe conducirnos de regreso al redil. Marcos Vidal los expresa con estas palabras: “he despertado en el redil, no sé cómo… entre algodones y cuidados del Pastor”.

Las ovejas no sobreviven sin el cuidado de un pastor. No saben defenderse como pueden hacerlo otras especies. ¡Hasta su balido resulta angustioso y angustiante! Además no saben encontrar alimento por ellas mismas. Si el pastor no las saca a pastar, mueren de hambre. Es por eso que si se escapan o se extravían se les tiene que buscar o se mueren. Y cuando se les encuentra, es muy posible que estén mal heridas, como lo explica la parábola de la oveja perdida.

Israel ha sido un rebaño conducido, alimentado y protegido por el Buen Pastor, pero ahora se ha escapado del redil y ha terminado en la miseria. El salmo inicia con un clamor intenso dirigido al Pastor de Israel. Hay que notar que el salmo anterior termina con la noción de Dios como pastor de Israel, y este salmo reafirma esta figura ponderando así el tipo de relación que sostienen como pueblo con su Dios. Se reconocen como un pueblo que depende de la gracia divina para todo, y en este caso, para salir del pozo en que se encuentra.

Ojo a esto: no es grito de auxilio producido solamente por el sentimiento de desgracia que experimentan. Es un clamor que se sustenta en algo más profundo y verdadero: la esperanza en Dios. No debe entenderse como un grito en el vacío que solo sirve de deshago emocional. A partir de David y su salmo 23, la figura del Pastor Divino adquiere un especial énfasis en cuanto a Su disposición para defender a sus ovejas a costa de la vida propia. El pastor se coloca entre el peligro y sus ovejas indefensas haciendo todo lo que está a su alcance para que no sufran daño alguno.

Aquel rostro salvador que habían dejado de mirar porque le habían dado la espalda, es lo único que puede sacarlos de aquella oscuridad que pesa toneladas. El rostro de Dios lleno de luz, es capaz de iluminarnos en nuestras noches más oscuras. En la bendición sacerdotal Dios nos enseñó a bendecirnos unos a otros deseando que Su rostro resplandezca sobre nuestros hermanos y sobre todo su pueblo. Dios es luz. En la Biblia, la luz se identifica con la vida, el bien, la verdad y la belleza. La luz de Dios es nuestra salvación y verdadera felicidad. Tres veces en el salmo se ruega a Dios que haga resplandecer su rostro sobre el pueblo. No se repite tres veces por si Dios no escucho  la primera vez. Se repite tres veces para que el pueblo nunca olvide que en Dios está la vida y la esperanza. Este Dios-Pastor nos busca antes que nosotros lo busquemos a él.

Todos nos hemos alejado de Dios, hemos dejado el redil, hemos malgastado la herencia y hemos sufrido las consecuencias. Nos solidarizamos con aquellos que ahora están lejos y rogamos que el rostro de Dios resplandezca sobre todos nosotros, para que juntos adquiramos la convicción absoluta de que solo Dios restaura verdaderamente. ¡Aleluya!

¡Viva la gracia!